sábado, 22 de octubre de 2011

El león rumiando maldiciones

Rodrigo está paseando a un lado y a otro de esta pequeña colina rumiando maldiciones mientras yo escribo. Sabemos que todo lo que escribamos a partir de ahora va directamente a la cúpula de mando de los Hijos del Caos (sí, el caos tiene cúpula de mando), por el simple hecho de que su jefe, su líder, o como queráis llamarlo, es el joven genio que mantiene y ha mantenido todo este tiempo un sistema seguro de satélites para nosotros.
Aún no sabemos cómo se ha separado de los chicos del Nuiz ni que relación le sigue uniendo a ellos. Quizá todo este asunto del ejército nómada ha sido organizado por voluntades superiores para proteger su persona.
Se llama Joao, es brasileño y no debe llegar a los 30, quizá ni a los 25. A pesar de ser brasileño no le notas ningún acento. Está hablando contigo mientras está controlando varios programas informáticos a la vez que se detiene a dar un par de órdenes. Fijaos que yo lo había visto antes un par de veces por casualidad y pensé que era autista.
¿Cómo hemos sido llevados en presencia de Joao, el verdadero líder de los Hijos del Caos, a pesar de que su identidad es un secreto celosamente guardado? Muy fácil: Rodrigo estaba empezando a estar hasta los cojones.
Ayer nos tropezamos con una grupo de 20 soldados del ejército del dragón que llevaban a pie una partida de 50 esclavos. Iban bastante bien pertrechados, con rifles, protecciones de policía antidisturbios pintadas de rojo spray (aunque debajo de esa pintura creo que algunos llevan armaduras medievales de verdad), hachas o espadas. Y llevaban caballos.
Pero nosotros somos así como 5 mil que además, si me lo preguntas, dejamos un estupendo olor a jabón allá por donde vamos. También tenemos rifles y caballos y hachas. Estamos bien alimentados porque cazamos y llevamos pescado en salazón o en adobo y tenemos 14 carretas enormes llenas de tierras en las que transportamos cultivos de especias para conservar toda la comida que recogemos por el camino.
Y tenemos unos 30 bankeets atados con cadenas, por cierto, a los que alimentamos con carne fresca de jabalí o de conejo, cosa que no sé si les produce más malestar a ellos o a nosotros.
Esos 20 dragones parecían volver del otro extremo del mundo y tenían esa mirada del que está a punto de vomitar toda la sangre que sus manos han derramado.
Recibimos orden de saludarlos mientras pasaban. ¿Objetivo? Ni puta idea. Eso fue demasiado para Rodrigo. Esos esclavos iban a pasar por delante de nuestras narices sin que hiciéramos nada. Rodrigo bajo a caballo sin permiso y sin apoyo y, por supuesto, sus hombres muertos le siguieron. Y, por supuesto, yo los seguía ellos.
Entonces me di cuenta, al ir el último, de que otros cien hombres se habían animado y bajaban al galope hacia el valle terroso en que estaban los dragones.
Estos comenzaron a huir después de unos segundos de confusión, primero intentando arrastrar a los esclavos y luego dejándolos por el camino para poder ir más rápidos.
A la hora Rodrigo fue llamado en presencia de Joao. Hubo gritos. Rodrigo salió de allí enfurecido y tardó un buen rato en contarme cualquier cosa que hubiese podido discutir.
Me he dado cuenta de que muchos hombres miran a Rodrigo con respeto y no sé si eso o convierte en un hombre más peligroso o más cercano a la tumba. Y por supuesto a sus hombres muertos. Y por supuesto a mí.
Hidalgo está sentado bastante cerca de mí en esta colina. Hay algo demasiado alegre y decidido en su mirada, como el bienestar que da la fiebre. Hace un rato me ha preguntado, no sé por qué, si recuerdo a Déborah, aquella amiga nuestra que murió en Perú buscando la verdad. Lo cierto es que yo también he pensado en ella últimamente. Y en la madre de Rosario. No sé… como si fuera tiempo para rendir justos homenajes.
¿Podemos ser cobardes en honor a estos difuntos?
Sabemos que precisamente Joao va a leer estas palabras seguro. Pero Rodrigo me ha pedido que las escriba de todas maneras porque quiera que las leáis vosotros.

No hay comentarios: